En la actualidad, las comunicaciones terrestres en la isla de Gran Canaria se desarrollan a través de modernas vías de uno, dos y hasta tres carriles por cada sentido de la circulación, pero no siempre fue así. Hasta hace relativamente poco, históricamente hablando, los caminos reales y senderos eran la única forma de comunicar las diferentes poblaciones de la isla, situadas antiguamente en aquellas zonas donde existiesen unos mayores recursos naturales de los que poder extraer el sustento diario.
Al igual que hoy en día, los motivos para transitar estos caminos eran diversos: actividades comerciales, como la compra y venta de productos, especialmente agrícolas, ocio y el acceso a los servicios administrativos o de asistencia médica. Los caminos, que podríamos considerar como las autovías del pasado, en la actualidad cumplen una función mayormente recreativa, y es que la isla de Gran Canaria cuenta con una amplia red de senderos que brindan a todo aquel dispuesto a calzarse unas deportivas, una experiencia paisajística y etnográfica, adaptada prácticamente a cualquier estado físico o condición de salud. Entre barrancos, desfiladeros o llanuras, casi la totalidad de municipios de la isla cuenta con su propia red de senderos acondicionados y correctamente señalizados. Veamos algunas curiosidades de ellos.
Los molinos de agua, en el camino Agaete-Fagagesto
Si bien todos tienen su particular encanto, uno de los caminos más singulares de cuantos atraviesan nuestra Reserva de la Biosfera es el que comunica el municipio de Agaete con el barrio galdense de Fagajesto. En el tramo comprendido entre El Sao y El Hornillo, a unos centenares de metros del primero de los barrios, podemos encontrar las ruina del Molino de Abajo, como es conocido uno de los tres molinos de agua ubicados a la vera del camino. Esta estructura, que comenzó a construirse en el año 1902, permitía la molienda de diferentes tipos de cereales, tales como centeno, millo (maíz) o cebada, llevadas al lugar por vecinos de las cercanas poblaciones de Artenara y Gáldar, para su posterior consumo o venta.
El funcionamiento de estos molinos era muy sencillo, se usaba la fuerza de una corriente de agua para mover unas aspas que, a su vez, accionasen el mecanismo que permitía el molido del correspondiente cereal. Por supuesto nos situamos en una época en que abundaba el agua corriente, algo contrario a lo que sucede en la actualidad.

EL CAMINO DE LOS ROMEROS, UN PROTAGONISTA INDISCUTIBLE
Además de la faceta comercial, los caminos también han sido elementos principales de nuestra etnografía, basta mencionar el caso de las bajadas de La Rama de Agaete y el Valle de Agaete. Ambas, realizadas en diferentes meses del verano isleño, tienen como denominador común hundir sus raíces en los antepasados de los actuales pobladores del noroeste de la isla, que, agitando ramas en el mar, pedían a la divinidad nuevas lluvias.
En el caso de la Bajada de La Rama de El Valle de Agaete, celebrada cada 28 de junio, la tradición marca que será en la jornada anterior, la del día 27, cuando deberá ascenderse el serpenteante Camino de los Romeros hasta las entrañas del Parque Natural de Tamadaba, al objeto de recolectar las ramas con las que se bailará el deseado pasacalles al día siguiente.
EL CAMINO DE SANTIAGO DE GRAN CANARIA
Al margen de los caminos que discurren por territorio enteramente peninsular, y que prácticamente unen todos los puntos cardinales de la España continental con Santiago de Compostela, en la isla de Gran Canaria, igualmente contamos con nuestro propio Camino de Santiago. Concretamente uniendo a los dos templos isleños de San Bartolomé, en Tunte (San Bartolomé de Tirajana) con el de Santiago de los Caballeros, en Gáldar, al cual se le ha añadido recientemente una prolongación hasta la zona turística de Maspalomas, también en San Bartolomé de Tirajana.
El Camino de Santiago de Gran Canaria es la ruta jacobea fuera de territorio continental más antigua, datando del año 1486, antes incluso de la finalización de la conquista de la isla, a todo ello se le añade el atractivo de atravesar la isla de sur-sureste a norte-noroeste, dando pasos por el interior de la Reserva de la Biosfera y el Paisaje Cultural de Risco Caído y los Espacios Sagrados de Montaña de Gran Canaria, declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO, que permitirán al peregrino apreciar el contraste de paisajes entre una mitad sur árida que evoca paisajes desérticos y la mitad norte, con mayor vegetación, poblada de rebaños de cabras y ovejas con el cual se elabora el Queso de Flor, variedad con sello de identidad de los Altos de Gáldar y el resto de medianías del norte de la isla elaborada con la flor del cardo (Cynara cardunculus y Cynara scolymus).
CAMINO DE LAS PRESAS
A nadie se le debe escapar que el agua es vida y en un territorio como el canario, con una importante vinculación al sector primario, la captación y almacenamiento de agua de lluvia son importantes para garantizar la pervivencia de un sector económico que supone un punto de apoyo importante en las medidas para el consumo de productos de cercanía que se vienen impulsando en el marco de la lucha contra el cambio climático.
Es por ello que llegamos hasta las presas, construcciones situadas en puntos estratégicos de la isla, desde las cuales se canaliza toda una red de tuberías que distribuyen el oro líquido que es el agua hacia diferentes miembros o comuneros de las comunidades de regantes. Nos situamos en el municipio de Artenara, allí se encuentra la Presa de Las Hoyas, la última gran presa construida por la Comunidad de Regantes del Norte en el año 1972, con una capacidad para 1.000.000 metros cúbicos. Para hacernos una idea de sus dimensiones, cada piscina olímpica tiene unos 3.400 metros cúbicos de agua en su interior.
En el sendero SL 6, que discurre de forma íntegra por el municipio de Artenara, además de disfrutar de la majestuosidad de la Presa de Las Hoyas, podremos deleitarnos con las vistas de las jaras (Cistus monspeliensis), gongarillos (Aichryson laxum) e inclusive aves como el Búho chico (Asio otus) pero también del Parque Natural de Tamadaba, el cual se bordea y es lugar de biodiversidad única como la siempreviva (Limunium benmageci) o la colderrisco de Tamadaba (Crambe tamadabensis).
Hasta aquí llega nuestro paseo de esta semana por los caminos que, como si fuese una madeja, entrelazan términos municipales pero también historias pasadas y presentes de una población que ha vivido y, en algunos casos, aún vive en simbiosis con el medio natural que la rodea, pues este ha sido en muchas ocasiones quien le ha proporcionado el sustento.






